domingo, 24 de marzo de 2013

Itinerario de los sentidos

Día soleado, decidimos salir a dar un paseo sin destino, aparecemos en la Dehesa  del  Saler, el sol calienta suavemente nuestros rostros, nos invade una sensación de paz  y sin más comenzamos a andar. Nos adentramos en el Bosque del Parque Natural, cientos de sendas nos confunden hasta que encontramos el camino correcto, lo seguimos y empiezan a despertar todos nuestros sentidos… Casi no se ve el cielo, los pinos mediterráneos se enroscan para buscar la luz que les alimenta y en la dirección obligada por la brisa marina y aguantando con paciencia a los matorrales silvestres que se enredan sobre ellos. El ambiente es fresco y la respiración es tan ligera que lleva su propio ritmo. Estamos rodeados de arbustos autóctonos que llaman nuestra atención por su color, tamaño y aroma. Contraste de colores, invasión de blancos, verdes, amarillos y morados. Tímidas las esparragueras se esconden por miedo a ser vistas. Los aromas se confunden a salitre, especias, pino, a mar y algún arbusto que aún no tengo localizado, a mí me huele a curry!!
El silencio nos acompaña gran parte del recorrido y de vez en cuando algún sonido irrumpe pero sin perturbar  la tranquilidad. Escuchamos a nuestras espaldas las cañas que silban y juguetean con el viento, los pequeños saltamontes sortean el polvo que levantan nuestros pies a nuestro paso, las mariposas revolotean luciendo sus vivos colores, una pasarela de madera que cruje al atravesarla, el chasquido de las piedras al saltar…
Llegamos al lago, el paisaje nos maravilla y decidimos reponer fuerzas debajo de una sombra. Montamos un picnic pascuero y empiezan a aparecer unos habitantes del bosque que descaradamente nos piden comida, se les pueden ver las costillas marcadas en su lomo, un simple maullido hace que nos sucumbamos a sus peticiones. Aquello se transforma en un gran festín para todos, entre ellos se regodean rozándose mostrando lo a gusto que están, y cuando se acaban los víveres se tumban vigilantes a descansar. Una fila de niños pasea cerca de nosotros, juventud y alegría, recuerdos entrañables de las excursiones escolares. Una vez reposado todo emprendemos nuestro camino de nuevo.
Sorteamos una serie de dunas formadas por arena y vegetación para llegar a la playa. Al llegar a la orilla, nuestros ojos se entretienen observando las crestas que forman las olas en el mar, el olor nos invade y abre las fosas nasales como si acabaras de nacer, dispuestas a descubrir un mundo nuevo. Las gaviotas se lanzan como misiles a por sus presas, es todo un espectáculo estar allí!! Nuestros pies desnudos saludan a las piedras y conchas que aguardan vírgenes desde el verano pasado. Nadie las ha tocado, aún están esperando ser utilizadas por familias en sus castillos de arena, aguardando miles de historias que se van sucediendo en los meses de más calor. Ellos solitos sin esperar ninguna orden del cerebro se introducen en el agua, los dedos se dilatan disfrutando de las cosquillas de la espuma del mar, el oxígeno recorre todo mi cuerpo. En plena orilla una concha naranja  se refresca con las olas del mar, me llama la atención, parece un rebollón, lo que me faltaba por ver!! La imaginación no se queda atrás en este viaje.
Última mirada al mar, cinco minutos de relajación, el sol empieza a caer calentando nuestras espaldas, las dunas amontonadas separan el bosque del inmenso mar, su arena brilla bajo el sol, gran atardecer inesperado repleto de sensaciones, una ligera brisa golpea nuestra cara para que volvamos a la realidad. Después de cargar las pilas volvemos a la gran ciudad. Simplemente quería compartirlo tal y como yo lo he vivido. ¡Espero que os guste!